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Arquidivas

​”Por el amor de una rosa, el jardinero es servidor de mil espinas” — Un proverbio Turco que a pesar de los años no he olvidado. Hoy me pregunto más que nunca su verdadero significado, y en especial por la transcendencia que tiene para mi al comprometerme con el diseño arquitectónico como forma de vida y expresión. Al superar la connotación negativa que parece acarrear la palabra “sirviente” y replantear su significado a la dedicación por convicción, ¿No hace esto más digna a cualquier profesión?
Los arquitectos somos siervos de la arquitectura y por ella estamos obligados a aprender con gran humildad de todos aquellos que hacen posible nuestra profesión. Los carpinteros, tapiceros, soldadores, pintores, albañiles, jardineros… Todos ellos basan su trabajo en conocimientos empíricos, muchas veces transmitidos de una generación a otra, su esencia es por consecuencia fundamentada en la funcionalidad de su práctica. Es papel y obligación del arquitecto es comprenderla, usarla, y transmitirla mediante el diseño a la obra.

El diseño arquitectónico no debe nunca contradecir los principios de cada profesión, de lo contrario estará destinado al fracaso. Un buen diseño debe solidificarse en la funcionalidad de sí mismo. Si aspiramos a tener belleza, la función debe estar presente y la belleza vendrá como una consecuencia natural. La forma sigue a la función. “Un edificio bello es aquel que funciona como un sistema perfecto, donde nada puede agregarse, ni substraerse sin dañarlo” decía mi querido maestro Agustín Landa Vertíz.

Los arquitectos no somos dioses, ni divas, ni estrellas como muchos diseñadores estúpidos parecen sentirse tan bien definiéndose. Es hora de vernos como siervos de una importantísima profesión que ha fallado en construir un sistema que funcione para todos los involucrados. Empecemos por diseñar sistemas coherentes que funcionen, en vez de retos estructurales costosos y llenos de ego. Destinemos los recursos de la obra y del cliente eficientemente, donde gane el desarrollador, el usuario y la ciudad. De la belleza no se preocupen, pues será intrínseca. Y si alguien duda de esta fórmula, bastan como prueba los 58 años del Seagram Building en Park Avenue del maestro Mies.

¡Hasta la próxima semana!

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